lunes, 11 de julio de 2011

La izquierda digna


Asomo a la vida de Alfonso Bauer Paiz, un revolucionario y un ciudadano optimista.

Por Juan Carlos Lemus


Cuenta una antigua leyenda hindú que un hombre sabio, el más anciano y respetado del pueblo, a pesar de que le costaba mucho trabajo caminar, debido a su avanzada edad, solía cortar él mismo su propia leña, hacer su fuego y cocinar sus alimentos, todos los días.
Un día el emperador iba de paseo, y al verlo a la orilla del camino, doblado por el peso de la leña, le preguntó que por qué no tenía un sirviente. Siendo tan respetado en el pueblo, le dijo, cualquiera lo ayudaría.
El anciano, entonces, botando al suelo su carga, le contestó: “Venerable señor, esta leña pesaría lo mismo para ti que para cualquiera del pueblo. ¿Quieres ayudarme lo que queda del verano?”
El emperador, mirando a su alrededor, más perturbado por el contenido de aquellas palabras que por la irreverencia recibida —la cual bien podría costarle la cabeza al viejo—, con disimulo espoleó su caballo y siguió su camino.
El anciano, levantando su carga y poniéndosela de nuevo sobre los hombros, se marchó, lamentando haber perdido otro valioso minuto de su vida. Aquel verano, por cierto, había tenido que repetir ya muchas veces las mismas palabras a otros que, conmovidos, se detenían a hacerle la misma pregunta.

“No te conmuevas si no eres capaz de actuar”, pareciera decirnos esta historia que nos recuerda, en primer lugar, el hecho de que no cualquiera puede cargar dignamente con sus responsabilidades hasta la vejez.
Aquel anciano también nos trae a la memoria a don Alfonso Bauer Paiz —Guatemala, 1918—, un intelectual de la izquierda guatemalteca que cruzó el siglo pasado —y la cuenta prosigue, aunque desde a mediados de abril en la cama de un hospital— manteniendo en hombros sus principios, pese a que con el paso del tiempo toda carga ideológica, al menos en nuestro país, se vuelve más pesada.

El relato, en segundo lugar, nos recuerda que aun siendo el anciano digno de todos los encomios, los miembros de su aldea, incluso aquellos que por su posición social y de poder podrían hacerlo, difícilmente lo acompañarían con igual ritmo hasta el final del verano.
Cuando escribimos “izquierda honesta” podemos preguntarnos: ¿es necesario adjetivar las ideologías? ¿no es un pleonasmo hacerlo? Desgraciadamente, no siempre los principios concuerdan con las personalidades. Y los adjetivos desaparecerán por completo cuando el mundo sea justo. Mientras tanto, en la historia reciente hemos visto a monstruos de la economía mundial, soberanos capitalistas, amanecer convertidos en ladrones; a dinosaurios de la izquierda y de la guerrilla transformarse en deslenguados políticos; a sindicalistas fariseos que, cuales lagartijas, se alimentan a la sombra del poder; hemos visto invasiones terroristas lanzadas en nombre de la paz, crímenes de guerra; a diplomáticos mentirosos y a otros sujetos igualmente repudiables. Tanta es la bazofia, que se nos hace difícil creer que todavía es posible enderezar el rumbo económico y político del mundo, del país o de nuestra aldea. No piensa lo mismo don Alfonso Bauer Paiz, ese hombre de baja estatura, vivaz y optimista que continúa en pleno 2011 trabajando en favor de un mejor país.

Debido a que nació cuando el transporte cotidiano eran las dos piernas o las diligencias tiradas por mulas en las calles empedradas de la Ciudad de Guatemala, tiene tanta energía que la canaliza en sus largas caminatas, la natación o el acompañamiento en las marchas del Día del Trabajo.

Suele vestir de saco, boina y un morral típico cruzado sobre el pecho. Su paso es veloz. Lo vemos cruzar una y otra vez el Parque Centenario o la Plaza de la Constitución. Hace apenas 13 años se casó por tercera vez. Hoy tiene 93.
Cuando vino al mundo, el racismo era tal que los indígenas no podían caminar sobre las aceras; trabajaban gratuitamente para los ricos, eran forzados a laborar en las fincas de café. Los campesinos recibían castigos corporales de sus patronos. Esas y otras barbaries eran solo la punta de un iceberg que observó desde sus primeros años Alfonso Bauer, quien nació bajo el gobierno de Manuel Estrada Cabrera, un dictador que había asumido la Presidencia en 1898 y que construyó —para su ego y el de su señora madre— unos 23 templos a Minerva en todo el país, en los cuales se celebraban, al finalizar cada ciclo escolar, las llamadas Fiestas de Minerva, en honor a la diosa de la Sabiduría, pues el tirano se creía culto.

Bauer Paiz contribuyó a la Revolución de Octubre, cuando fue derrocado Jorge Ubico, quien había seguido tejiendo la telaraña policial que, como práctica, heredó de Estrada Cabrera. Cuando todo fue reemplazado por la primavera democrática de Guatemala, Bauer Paiz fue el diputado más joven de la Revolución. Abogó por el sindicalismo de los años 1950 y 1960 —de nuevo, es menester que hagamos énfasis: un sindicalismo honesto—. Fue ministro de Economía y Trabajo y en ese puesto defendió los intereses de la Nación, succionada por los monopolios de la United Fruit Company y de la International Railways of Central America, ambas beneficiadas con largueza por Estrada Cabrera y por Ubico.

Aquel proceso democrático fue destruido, como sabemos, en 1954, por el Gobierno de Estados Unidos.
Mas no haremos aquí un repaso por las tragedias nacionales ni auscultaremos las mentes subnormales de aquellos y otros gobernantes; solo añadiremos que Alfonso Bauer fue testigo de la seguidilla de golpes dados en un cuadrilátero desigual contra la democracia del país por los gobiernos militares, durante varias décadas, y por los golpes de Estado.

Nieto de un ciudadano alemán, Bauer Paiz no tuvo problemas de discriminación, pero asumió una responsabilidad tan seria y disciplinada que lo llevó a las puertas de la muerte. No ha de ser fácil reponerse a dos exilios, viudez, persecución, otra viudez —en una misma semana de 1993 fallecieron su hija Eleonora y su esposa Teresa—; una hija suya se suicidó cuando tenía 15 años, otra murió de cáncer. Además de varios balazos que lo mandaron al exilio, ha recibido otros tiros no menos graves: la infame traición de sus supuestos amigos.

A este político se le puede describir en una palabra: dignidad. Ha sido insobornable crítico del capitalismo, de la guerrilla y del poder destructivo. Ha cruzado el siglo afanado en la construcción de un país democrático, construyendo un discurso consecuente con su práctica. No le interesaría a él —ni a quien esto escribe— elevar un monumento verbal a sus virtudes, pero es justo describirlas desde este cinturón de un mundo vil y monstruoso, para que se sepa, para que conste al mundo que este ser humano ha servido, ha guiado, ha sufrido por su país; se ha asoleado como coco en puerto, porque ha creído que Guatemala puede ser un modelo de gobierno sin pobreza y democrático. Es una persona que nos ha demostrado que no tiene culto a su personalidad. A diferencia de otros políticos, ya sea de izquierda o de derecha, a diferencia de sindicalistas y de algunos líderes seudo revolucionarios que con los años se cambian de bando o se pudren; en él bien encuentran respuesta las palabras del poeta:

“Hoy necesitamos maestros,
no predicadores melenudos...
Camaradas,
haced un arte que saque del fuego
a la República”

(Vladimir Maiakovski)





(Fotografía: Uli Stelzner y Thomas Walther)







Breve perfil de
Alfonso Bauer Paiz

Nació en la Ciudad de Guatemala, el 29 de abril de 1918.
De 1936 a 1942 estudió Ciencias Jurídicas y Sociales en la Universidad de San Carlos de Guatemala, de donde egresó como abogado y notario.
Fue uno de los destacados intelectuales que contribuyeron a derrocar la dictadura del general Jorge Ubico, en 1944, y que instauraron un periodo democrático a partir de la Revolución de Octubre de ese año.
Fue diputado al Congreso de la República en dos ocasiones; la primera, dentro del periodo revolucionario, en 1946; y la segunda, de 1999 al 2003, por el partido Alianza Nueva Nación.
Entre 1946 y 1948 fue catedrático en la Universidad de San Carlos y fue magistrado coordinador de Trabajo y Previsión Social.
De 1948 a 1951 fue ministro de Economía y Trabajo.
De 1951 a 1953 fue presidente del Banco Nacional Agrario.
En 1954, cuando el gobierno de Estados Unidos destruyó el incipiente periodo democrático de Guatemala, salió al exilio, a México.
En 1971 salió a su segundo exilio, esta vez a Chile y trabajó en el Ministerio de Planificación del gobierno de Salvador Allende.
Vivió en Cuba entre 1974 y 1980, país donde fue director del Departamento Jurídico de la Empresa de Carnes y Grasas. Además, trabajó para el Ministerio de Justicia.
De 1980 a 1988 vivió en Nicaragua, donde fue asesor del ministro de Trabajo del Gobierno Revolucionario Sandinista.
En cuanto a su vida familiar:
Enviudó de sus primeras dos esposas, Yolanda España y Teresa Carrillo.
En 1998 se casó por tercera vez, con Miriam Colón.
Tuvo cuatro hijas: Ilsa, Eleonora, Yolanda y Abigaíl, y un hijo, Carlos Alfonso.
En 1969 se suicidó su hija Yolanda, cuando tenía 15 años.
En los años 1980 fallecieron su hija Ilsa y su primera esposa, Yolanda España.
En 1993 fallecieron, en una semana, en distintas circunstancias, su hija Eleonora y su segunda esposa, Teresa.
Un importante documental sobre su vida, titulado Testamento, fue producido en el 2003 por los alemanes Uli Stelzner y Thomas Walther, material que recibió el premio Manzana de Oro, Mejor Documental Latinoamericano en el Festival Cinemafe, en Nueva York, en el 2005.

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