viernes, 25 de junio de 2010

El inventor del Cervecípedo/ Efraín Recinos


Retrato de Efraín Recinos, diseñador del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias ubicado en la ciudad de Guatemala, cuya sala mayor lleva hoy su nombre.

POR JUAN CARLOS LEMUS

El extremo opuesto de Efraín Recinos es Don Quijote de la Mancha. Recinos es más bien analítico; un hombre práctico que no da paso en falso ni tiene sueños especulativos. Es de esas personas para quienes los molinos de viento son molinos de viento cuyos ejes giratorios fueron creados para una función específica. Si algo de eso falla, viene la descomposición. Esto es, la muerte para los humanos o lo inservible de las máquinas.Para él, hablar de Dios es dar un vistazo por el sistema solar, por la vía láctea, es tomar conciencia de esa pequeñez llamada Tierra y de los millones de galaxias del universo. En ese sentido, cita la ecuación de los siete términos, a los dioses hindúes, cristianos y mahometanos; se mantiene a respetuosa distancia de todas las religiones y no conserva una para sí mismo.

Aunque a ratos lo parezca, Efraín Recinos no es tímido ni introvertido, es ingeniero. Recordemos que esta clase de persona se hunde hacia su interior donde almacena los pensamientos bien clasificados, en cajitas numeradas.
Si tiene sueños, en todo caso, los convierte en objetos plásticos. Aparte de sus murales, pinturas y esculturas, dibujó una serie de inventos como el Cervecípedo. Útil éste para cuando un caballero y una dama beben cerveza. Sentados en un retrete cada cual, mesa de por medio, lo usan para evitar la incomodidad de levantarse con frecuencia al sanitario. Y cuanto expulsan corre por un filtro que, reciclado, baja convertido en nueva y refrescante cerveza. Tiene diseñados muchos otros inventos, como el Estornudomóvil (útil para emplear la energía automotriz del estornudo), el Telele-vicio (para los adictos a la televisión) y el Desahogapatas (para gente furiosa que necesita golpear objetos, pero a la vez recibe cariño de unas manos mecánicas). Sus inventos los veremos en una película que prepara, se titula Los visitantes. Para empezar, bien lo sabe, cuando los extranjeros vienen al país no se quedan ni un minuto en la ciudad. Se los llevan de paseo a Tikal, Antigua o Atitlán. La razón es que muchos opinan, injustamente, que la ciudad es una “porquería”.

Recinos quiere mostrar al mundo que los guatemaltecos somos grandes inventores. Los visitantes vendrán volando desde el Volcán de Pacaya. Son 11 huéspedes distinguidos, entre ellos, la Monalisa y su novio Leonardo da Vinci, Ludwig Mies van der Rohe, Cervantes, Marilyn Monroe, Le Corbusier, Clara Schumann y Luis XIV. Viajarán en un “ranchoide” para que puedan admirar los edificios de nuestra capital, que, por cierto, no tendrán columnas del orden dórico, toscano, jónico ni corintio, sino del orden que él inventó: Musloideo, Senoideo y Nalgoideo .
Visto así, superficialmente parecería que Recinos es un artista interesado únicamente en la cerveza, en los inventos locos, en las columnas de muslos y senos; pero nada sería más impreciso, el maestro es el ilustre creador de grandes obras arquitectónicas y muralísticas, de las más serias y hermosas que haya creado artista alguno en toda Latinoamérica. Y sus inventos no son asunto zafio, sino todo un sello en la plástica centroamericana. Recinos no es, tampoco, un autista de las ciencias por el hecho de ser ingeniero, es más bien un socialista de las artes plásticas: todos caben dentro, prostitutas y presidentes, señoras y monigotes, gordos y flacos. Lúdico, calculador, analítico, está lleno de tanta imaginación como de ejecución. Su leitmotiv (su famosa “Guatemalita”) ha quedado marcado en murales, esculturas y teatros.

Celebramos que le hayan dado su nombre a la sala grande del Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, pero, antes de proseguir, trasladémonos a la noche del 16 de junio de 1978, cuando fue inaugurado:

Habían corrido ya siete años desde que tomó el proyecto de diseñar aquel complejo cultural. Recinos recibe una invitación para asistir al acto de inauguración. Ni siquiera es un palco de honor, como habría de suponerse por ser el diseñador, sino una entrada para ocupar uno de los más alejados palcos de la sala que hoy, 30 años después, lleva su nombre. Esa noche llega con Lorenita, su hija que entonces tiene siete años y va vestida muy elegantemente. Cuando encuentra el lugar que le corresponde, resulta que ya está ocupado por varios cadetes. Busca cualquier otro espacio y encuentra una butaca, sienta a su hija y él se acomoda en el suelo, donde permanece durante toda la inauguración. Sin duda, hoy su ego es a prueba de suelos y de cadetes. Encima de eso, al salir, aquella noche, ve que su viejo y destartalado Volkswagen está rodeado por judiciales: la paranoia de entonces los hizo creer que podría tratarse de un coche bomba en protesta por la inauguración. Así de viejo era su carro, el mismo que ahora será convertido en una escultura para Hotel Museo Casa Santo Domingo.

Los méritos alcanzados por Recinos le permitirían coderarse con la gente más burguesa y pálida del país. Mas no se enreda con una sociedad refinada que lo aceptaría con beneplácito como si fuera un aristócrata. Su creatividad da para colarse por puertas opulentas, pero ese mismo Recinos, que ha caminado por más de 70 años por las plazas y mercados, sigue siendo un verdadero caballero urbano que transita por la Sexta Avenida y en algún tiempo por lugares como La Posada del Quijote, la Posada del Toboso, acaso La Locha y el Portalito, además de La Mezquita y el comedor de doña Toyita en el puesto 23 del Mercado Central. Cuando oficialmente le hicieron saber que la sala grande del teatro llevaría su nombre, ante más de 2 mil personas, recordó y agradeció a los herreros, armadores, carpinteros, albañiles, jardineros, topógrafos y peones, a todos aquellos que lo construyeron. ¿Muestra de humildad? No, definitivamente, justicia vital. Además entre los obreros ha encontrado a muchos sus mejores amigos.

Muchas veces sus ideas no fueron aceptadas inmediatamente, como aquella que surgió una noche cuando reposaba en un bar alemán, miraba al techo, —no porque estuviera ebrio... “Era porque estaba pensativo”— y vio unas pequeñas lámparas en forma de hexágonos. Pensó: “Si junto mil de esas lamparitas, formo una cascada”. Tal fue el origen de la lámpara que hoy luce el interior del Teatro Nacional, que costó apenas US$600 mil contra US$4 millones que cobraban por hacer una de almendros en Austria.
Efraín Recinos es, a sus 79 años de edad, probablemente, la persona que más ha escuchado Radio Faro Cultural desde que fue inaugurada, pues su oficina ocupa el mismo edifico. Hoy que recibe su nombre el teatro más grande del país, no tiene en mente otra cosa sino seguir con su película y terminar de ordenar lo que será su próxima exposición: 36 proyectos no realizados.
En cuanto a los honores y reconocimientos, a Recinos quizá le sucede lo que al sueño, tal como lo describe el poeta Ben al-Hamara: “Cuando el pájaro del sueño pensó en hacer su nido en mi pupila, vio las pestañas y le aterró la red”.


Reseña histórica

Miguel Ydígoras Fuentes gobernó Guatemala de 1958 a 1963. El arquitecto Marco Vinicio Asturias inició el proyecto de construir un centro cultural, con los también arquitectos Miguel Ydígoras Laparra y Juan José Tres.
A petición de Asturias, Recinos diseñó el teatro al aire libre. En 1963, cuando le dieron golpe de Estado a Ydígoras, la construcción fue suspendida. Asturias murió. Pasaron seis años en los que no se hizo nada, el terreno tenía un enorme agujero, hasta que el ingeniero Mario Solís Oliva le pidió a Recinos que hiciera un proyecto con los cimientos que ya estaban, con un diseño a la mitad del tamaño que tenía y que cupiera la misma cantidad de público. Casi esclavizado por esos requerimientos, le dieron dos semanas para presentar un proyecto.
Fue así como Recinos eliminó ventanales del primer diseño, le dio una inclinación piramidal, buscó una arquitectura original, muy guatemalteca. Agregó palcos laterales. Por entonces, Mies van der Rohe y Le Corbusier habían sentado las bases que eliminaban los palcos laterales en los teatros, pues creían que eran anticuados y sólo servían de distractores para el público. Efraín Recinos, dijo, en Guatemala: “Babosadas, los palcos laterales son necesarios. Además sirven para seis reflejos de sonidos y eso no lo saben los arquitectos racionalistas”.
El complejo fue adaptado al ámbito de nubes, volcanes y paisaje en el cual se encuentra, sus formas interiores y exteriores son inéditas en la arquitectura, pero además de todo ello, puede ser utilizado por la parte de afuera, en sus costados y en sus partes altas, como un paseo. Dice Recinos: “Es un homenaje a las pirámides mayas, pero también es un lugar para el romance”.


A Lux lo que es de Lux

Los gobiernos no le dieron mantenimiento durante 20 años al Centro Cultural, ni siquiera a las plantas de emergencia, a las subestaciones eléctricas ni al aire acondicionado que sirve para la acústica. “Hasta que una dama, —dice Recinos— Otilia Lux de Cotí, entonces ministra de Cultura, me puso atención y ordenó el mantenimiento; fue gracias a ella. Cualquier edificio se viene abajo si no se le da servicio y atención, hasta la casita del perro”.


Particularidades

El complejo cultural fue construido entre 1962 y 1978.
La sala grande, entre 1971 hasta su inauguración el 16 de junio de 1978.
Capacidad: Sala Efraín Recinos, 2,085 personas; teatro de cámara Hugo Carrillo, 325 personas; teatro al aire libre, de 1,500 a 2,000 personas.
El Centro Cultural Miguel Ángel Asturias fue construido sin el uso de una sola grúa.
Para colocar las estructuras en la parte alta, más de 40 hombres las levantaron con lazos, en algunos casos 25 metros arriba, donde esperaban tres herreros con su maquinaria para soldar.
Trabajaron en la construcción de 300 a 400 albañiles.
Se hicieron unos dos mil planos, entre plantas, cortes y detalles, dibujados por 26 hombres y dos mujeres.
México regaló los mosaicos exteriores.
Tuvo un costo total de US$13 millones. Por el mismo tiempo fueron inaugurados el Metropolitan Opera House, que tuvo un costo de US$35 millones; la Ópera de Sidney, US$100 millones, y el Duncan Center, US$200 millones.
Todos los días, al caer la tarde, Efraín Recinos sube y baja 178 de las 220 gradas que tiene el Centro Cultural.