lunes, 26 de julio de 2010

Mercedes Arce, La Antidiva


A sus 25 años de actuación, interpreta un monólogo de su autoría (2009).


Por Juan Carlos Lemus

Dicen que hijo de tigre nace con rayas. También, que un hijo de mastodontes famosos tiene que luchar, en algún momento de su vida, por vencer el estigma de que sus padres son célebres, porque ingratamente, y por ejemplo, es presentado como “el hijo de” y no como la luz propia que es. Ambas cosas son ciertas. En el primero de los casos, el de la herencia felina, puede que algo del talento heredado venga entre las venas, y otra buena dosis se adquiera con el tiempo entre el hábitat de los mastodontes, que viven rodeados de música, obras de arte, discusiones políticas, libros, botellas, bohemia, desvelos, teatro, amigos artistas, gatos, ceniceros y un largo etcétera.

Podemos, así, imaginar a la que hace 39 años era la pequeña María Mercedes Arce, hija de dos brutales chapines: él, una de las más fuertes columnas del teatro guatemalteco, Manuel José Arce (1935-1985). Poeta, ensayista y dramaturgo, columnista de prensa que a principios de la década de 1980 debió salir al exilio y murió en París. Además, descendiente del primer presidente de las Provincias Unidas de Centroamérica, también llamado Manuel José Arce.
La madre de María Mercedes Arce es la primera actriz María Mercedes Arrivillaga, la Mona (1947), una mujer que trascendió en su paso por el teatro; su estilo marca una época, y su valor como actriz rebasa lo mejor de Centroamérica.


Semblanza

De manera que María Mercedes Arce (1970) —quien nos interesa— debió de mamar teatro, beber letras y gatear entre platos mordiendo trozos de arte. El menú digerido fue caro, como caro su esfuerzo por aprender a cocinar para sí misma y coger su propio camino. Y supo hacerlo. Su estilo está completamente alejado de su bloque familiar. Tiene un vigor de autosuficiencia pocas veces apreciado en actrices solitarias. No obstante sus buenas relaciones parentales y amistosas, Mercedes Arce es una actriz sin grupo, pero que todos los buenos grupos, los profesionales, merecerían mantener, por así decirlo, en stock.

El efecto de sus orígenes actuó favorablemente en ella. No es una diva, es la exacta imagen de la antidiva, es la antiheroína, la dama valiente en un mundo artístico, muchas veces, condicionado por favores tras bambalinas.

Modesta pero nerviosa; ágil, pasmosa; experimentada y a veces ingenua, soberbia pero humilde, rebelde ama de casa; todas sus oscilaciones desembocan en una Mercedes que sabe por dónde va, cueste lo que cueste, le pese a quien le pese. Ella es un recipiente que tiene dentro un gato tierno y un tsunami, cualquiera escoge la parte que prefiera. Es de esas personas que han de observar con suspicacia y desprecio las verdades absolutas, los referéndum finales, las firmas concluyentes, lo que se da por acabado, pues su personalidad es más bien la de quien querrá comerse el mundo hasta que muera, a los 90 años (así creo que sucederá), y con los ojos bien abiertos.
Protegida por sí misma, poco a poco, hace 25 años, cogió sus cosas y se lanzó emocionalmente al mundo de afuera, a ese muchas veces hostil e incivilizado mundo de las tablas donde algunas equivocan el teatro con alfombra roja; otras, en paño de lágrimas, en empleos provisionales, en desfile de modas y de belleza.


Aplomo

Ahora, la antidiva celebra sus 25 años de actuación, en solitario, con el monólogo Fantasías animadas de ayer y hoy (Cualquier semejanza con la realidad es calor de vieja), escrito por ella misma, como si le dijera al mundo: “Esta soy, esto sé hacer, este es mi cuerpo que será entregado por ustedes y por todos los hombres para el perdón de mis insolencias teatrales”. Y es que su monólogo no es muy católico, todo lo contrario.

La escenografía es un bodegón armado para sugerir arrumacos y seducción, pero controlado por el gusto por lo antiguo: una cama, un teléfono y un tocador. Los almohadones sugieren cierta sexualidad en ejercicio que, al final de cuentas, es un lecho solitario y anegado de resentimientos.
Su personaje es una estudiante de leyes a media carrera, que trabaja en un bufete donde es explotada por un nefando abogado, como hay muchos. Es una mujer que a sus 40se siente vieja y acabada, que decide darse una nueva oportunidad con un cincuentón.

En este monólogo, muestra a una actriz versátil que tiene que pasar de niña a vieja, de hombre encinta (sí, un panzón embarazado) a mujer borracha, de víbora femenina a dulce cuarentona de talante putesco. Su actuación evidencia una ruptura entre la Mercedes Arce actuando siempre a la par de alguien, o haciendo pequeño cine con su Sweet Dalila, hacia la que necesitó separarse para hundirse en sus propios mundos y exponer sus caros talentos.
Esta obra suya es un desafío a ciertos estamentos convencionales: no complace a las feministas ni a las machistas, no encaja con la comedia de mujeres picantes en busca de un varón, como tampoco en la denuncia de las maldades masculinas. La obra, el texto y la interpretación son divertidos; en Mercedes se aprecian saltos seguros, madurez y aplomo de actriz cuando conduce a su personaje por espacios tristes y alegres.

Lejos habrán quedado las intentonas de actriz de 14 años que se estrenó, el 1 de junio de 1984, por invitación —casi imposición, cuenta ella— del célebre Hugo Carrillo, cuando actuó en La noche de la iguana, de Tennessee Williams.
Si desde joven rompió lazos emocionales umbilicales de los mastodontes, ahora, a sus 25 años de actuación, se pone a prueba, se enfrenta sola al público, al desgaste económico nacional, a la carencia de suficientes escenarios artísticos, a la exhibición de sus propias o impropias emociones; se enfrenta, incluso, a un futuro de 50 años más de actuación.
Larga vida a la antidiva.









La actriz

María Mercedes Arce (Guatemala, 1970)
Actuó por primera vez, dirigida por Hugo Carrillo, en La noche de la iguana, de Tennessee Williams, el 1 de junio de 1984.
Ha participado en más de 30 obras de teatro, 15 cortometrajes, radio y televisión.
Es la protagonista central del video cómic Sweet Dalila.
Con motivo de sus 25 años de actuación, este año escribió e interpretó en Trovajazz su monólogo Fantasías animadas de ayer y hoy (Cualquier semejanza con la realidad es calor de vieja).

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